Sin dejar de hacerlo.

Peinaba su blanco pelo de algodón, con el peine de plata, herencia de su bisabuela.

Con cierta parsimonia y un culto que ella solo sabia, en cada movimiento que sus dedos torpes hacia al mover su cabello, cuidaba aquella cabeza que creía que era su mayor tesoro.

Creció, con aquel pensamiento, en que no hay mayor reino, que el recuerdo.

Y de ellos coronaba su supervivencia.

Entablaba una amigable  y cómplice conversación con su espejo de toda la vida, y aunque la imagen que le proyectaba no le correspondía, con la forma de sentirse, no se achicaba ante aquella figura, que le regalaba.

Eligió un perfume suave para la mañana, y un vestido ligero, sin adornos ni perifollos, sus manos débiles, aveces martirizaban aquella tarea, y abotonarlo, era una perdida de tiempo.

Bajó hacia la cocina, ya llego la hora de que su casa se instalará el aroma del café, que no solo, embriagaba toda la estancia, si no  todo su ser.

No le gustaba el sabor, pero aquello le traía cada día, la evocación, de quien fue el amor de su vida.

Aquel que quizás por cobardía, o por exceso del pensar, nunca se permitió sentir.

Estar con el.

En la recién restaurada mecedora, que aun olía a barniz, se sentó junto al balcón, a recibir los primeros rayos de sol, con la taza en mano, cerraba los ojos, y daba pequeños sorbos al café.

Era la bebida preferida, de quien amaba tantos años, a cada sorbo , sentía el sabor de los labios de quien nunca besó.

Era la forma que encontró de estar a solas con el, solo en su memoria y en su imaginación.

Su vista anciana, se perdía en aquel paisaje compañero del viaje de su vivir.

Y entre las ramas de los arboles su soñar despierto, se encontraba con el.

Juntos de la mano, paseaban, la caricia de la piel de el, la hacia estremecer, no quería por nada del mundo soltarse de el.

La voz de su amor, como bello canto, hacia el eco de la banda sonora de su existir.

Era lo único que si era una de las pocas cosas ,que en la realidad si sabia como era.

Largas conversaciones por teléfono, empapó sus oídos, de aquella música, que jamas olvido.

Cuantas veces no miraba su boca, aquella que necesitaba como el aire que respiraba.

Cuantas  veces no la dibujó en el aire, con sus dedos, sintiéndola rozar.

Cuantas veces no soñó, con hacer de sus labios,la bandera de su  inventada patria.

Cuantas veces no fantaseo, que en la entrega de sus cuerpos, palomas volaban al viento.

Cuantas veces no se ilusionó, con una boda que nunca se atrevió.

Un viento  que a la realidad la devolvió, y en su rostro una sonrisa apareció.

Una vez mas, una mañana mas, junto a el y a sus sueños, gracias a la vida le dio.

Hay quienes por no atreverse a Amar, no dejan  nunca de hacerlo.

Inma_Luna