Âmar. II,


Desperté, ante los gritos de mi tía, las lágrimas de mi madre, y los golpes de aire del abanico de mi prima.
Nadie esperaba mi reacción, ni menos yo, por que lo que menos me esperaba era que mi padre arreglara una boda, que yo no pedí, y dejara para siempre en el limbo, mi  petición de tantos años de lo que realmente quería para mi vida.
Nací en un pequeño pueblo, del sur de Marruecos, donde por no haber, a veces no había ni agua.
Desde pequeña e visto morir a tantas personas, por no tener un medico , alguien que supiera arrancar de la muerte apresurada a niños, mujeres, ancianos, que me parecía tan injusto, que en mi pequeña cabeza solo albergué la idea, de ser yo esa persona en el futuro que salvara vidas en medio de este pobre y polvoriento desierto, que rodea mi tierra.
Pero se me olvidaba en esos pensamientos, que nací, donde nací y la mayoría de las que nacemos mujeres, no tenemos derechos ni siquiera a leer, y ni mucho menos a aprender.
Solo venimos a este mundo a estar largas horas en la cocina,( la cocina árabe, es suculenta, de una gran variedad y bastante laboriosa), cuidando de la familia, o de la casa.
Entre nosotras misma,s tenemos que aprender trucos para sobrevivir, y es tan duro a veces.
Aunque es un pueblo bastante apartado, vienen muchos turistas, y aunque estamos enseñadas a ni mirarlos, la curiosidad nos nace, aquí todo es aburrido y monótono, y posar tus ojos en alguien que es diferente a ti, en ojos, piel, pelo, vestimenta y habla, es una distracción que se agradece, aunque ya he dicho que ni saludarlos.
Nuestra religión es hospitalaria, pero somos mujeres y obedecemos a nuestro hombres, sean padres, hermanos o familiares, y ellos son nuestras voces y los dueños de nuestras vida.
Cuantas veces no he llorado en mi misera habitación, por haber nacido mujer a expensas de lo que quieran los demás, sin que vean que siento y vivo como ellos, con las mismas penas, alegrías o intereses, que tengo corazón, que los golpes me duelen, como le pueden doler a un hombre, o los insultos, e incluso las vejaciones, pero en mi mundo, y en el de mi religión, para eso estamos para servirlo y callar.
En noches de pena, cerraba los ojos con fuerza como siempre hago, cuando quiero algo de verdad, rezando bajito, y rogando que algún día mi vida fuera diferente, aunque fuera solo un poco.
Y así fue...

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